"A pesar de todas las precauciones del Consejo de Gobierno no se pudo evitar que la difusión de los hechos hiciera mella en el ritmo de la ciudad. Tras su mesura inicial los medios de comunicación, excitadamente tentados a hurgar en un filón de apariencia inagotable, expresaron una creciente osadía. Hartos, durante años, de transformar las pequeñas noticias en grandes noticias no se plegaron dócilmente a la recomendación de actuar en sentido contrario. Sintiendo que estaba a su alcance un tesoro maligno, se resistían a conformarse con la bisutería que les era ofrecida. De otra parte, el hecho de que fuera maligno acrecentaba su valor y lo acercaba a aquellos otros tesoros, pertenecientes a un pasado que ya parecía definitivamente perdido, que emergían, fulgurantes, cuando se informaba de catástrofes y guerras. Los medios de comunicación no hablaron de guerra, porque no la había, ni de catástrofe, porque era un término vedado, pero escarbaron generosamente en la herida hasta conseguir que toda la ciudad quedara salpicada. Esta labor cotidiana preparó el terreno para consagrar un estado de crisis, fórmula favorita por la que la insistencia en lo anómalo se compensaba, consoladoramente, con el recurso a lo transitorio. Y así la denominada crisis de los exánimes fue reemplazando cualquier otro foco de interés."
La razón del mal (Rafael Argullol, 1993)
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