lunes, 31 de diciembre de 2007

Las amantes, de Elfriede Jelinek

Las amantes. Elfriede Jelinek.
Trad. Susana Cañuelo y Jordi Jané.
Ed. El Aleph. 1975. 185 págs.


Preámbulo.

Alguien dijo que lo opuesto al amor no era el odio sino la indiferencia. Estoy de acuerdo: a veces el odio es simplemente el reflejo de la frustración de no encontrar en el amor el Ideal.

En estos días mucha gente muestra su odio y su queja afirmando taxativamente que odia la navidad. La odian por mil motivos, porque les recuerda a algo o a alguien que ya no tienen, porque les molesta e incomoda alguna de las actitudes de la gente a su alrededor, por lo que ven por televisión o -sobre todo- por el gasto económico que supone.

Yo no odio la navidad, a mi la navidad me es completamente indiferente, aunque me roce. Este mes gasté sólo un poco más que el mes anterior y no hice nada extraordinario, ni tan siquiera fui a la cena de empresa porque no me dio la gana.

Y así, con este espíritu navideño afronto lleno de amor mis últimas lecturas del año y primeras del siguiente leyendo a Elfriede Jelinek:


Crítica.

Las amantes, de 1975, es una magnífica novela escrita con un lenguaje seco, sencillo y directo al tiempo que no exento de lirismo. De hecho su estilo se semeja al verso libre, en este caso usando una división en párrafos poco convencional. Utiliza, así mismo, recursos propios de la poesía como el estribillo repetitivo o la repetición de frases enteras en las voces paralelas.

Nos muestra la vida de cuatro personajes, dos hombres y dos mujeres, en la Austria de hace treinta años, marcados por el odio, reflejado en el machismo, la preñez, el alcohol y la violencia. Es un odio y una violencia que lo impregnan todo y que nos muestran la sordidez de la vida cotidiana, siendo este, a mi parecer, un mérito indudable de Jelinek. Y es que, sobre esta vida cotidiana, que se muestra tan arquetípica –si bien los personajes, que comienzan siéndolo, se van mostrando cada vez más ricos en matices y más verosímiles- hay por parte de la autora un claro distanciamiento de la narración, caracterizado por la conciencia de su ficcionalidad.









pueden faltar meses todavía, muchas páginas de libro todavía hasta que el niño saque la cabeza por el bajo vientre como un gusano sale de la manzana, tal vez no lleguemos tan lejos aquí, tal vez tengamos que interrumpir antes. pero no importa, pues ya sabemos cómo sigue. la vida sigue sin sorpresas, sino por vías ordenadas. (Pág. 126)

próximamente describiremos una bonita boda, para que la acción no resulte tan insatisfactoria.

no se deben contar sólo cosas negativas y feas. (Pág. 154)


Dicho distanciamiento hace que la tensión dramática desaparezca o se muestre muy diferente de lo que podría ser un drama al estilo O’Neill, donde la acción transcurrirría hacia un final inevitable, con una especial tendencia a mostrar ese fatalismo que inunda el ambiente desde el principio y que avocaría a los personajes hacia un final trágico inexorable. En Jelinek no hay progresión, porque lo fatal ya se muestra de entrada, ya se sabe, no hay una evolución hacia un final inesperado pero sospechado, la tensión en ese sentido ha desaparecido enterrada desde antes de que empiece la novela. Ni siquiera la aparente diferencia entre el destino de los dos personajes femeninos hace que podamos decir que la acción se encaminaba a hacernos ver dos caminos paralelos con dos finales distintos, uno feliz y otro trágico. No hay más que observar la mediocridad de la vida de quien supuestamente evita la tragedia para darnos cuenta de ello. La estructura circular, con un prólogo y un epílogo que comienzan idénticos y llenos de parlelismos, nos mostraría a la perdedora buscando una nueva salida justamente como empezó la ganadora buscando la suya. Un nuevo sarcasmo, pues lejos de ser un final abierto a la esperanza nos muestra a un ser vencido y derrotado que para conseguir algo renunciará a todo a cambio de la mediocre felicidad que a la manera del personaje ganador, puede con suerte alcanzar.

Haciendo una lectura política de la obra no encuentro por ningún lado ese tan cacareado feminismo recalcitrante de la autora. Obviamente los personajes masculinos son deplorables, pero no lo son menos los femeninos. En especial aquellos de cierta edad, lo cual plantea el conflicto generacional, si bien queda perfectamente claro que los personajes jóvenes femeninos se convertirán sin el menor género de dudas en personajes detestables una vez que sean madres, una vez que sean maltratadas, una vez que decidan aguantar y llevar las vidas que sus madres llevaron y la sociedad diseñó para ellas. Se trataría más de misantropía que de feminismo, y sobre todo y si se quiere, de un completo rechazo -sin juzgar, solo mostrándolo- al machismo.

Como dije antes, no se nos muestra una atmósfera de fatalismo que se cierne sobre los personajes de manera cruel, sino que se nos está hablando del azar, de la suerte, reflejada en las vidas de dos adolescentes que deciden hacer algo para encaminar sus vidas hacia un destino y que la mera suerte hace que terminen de manera diferente: o mal o fatal. Ese fatalismo sí se podría observar en la estructura circular, en ese eterno retorno que evidencia una situación de roles amarrada al presente como al futuro.

Tampoco creo que sea Jelinek una autora que no crea en el amor, bien al contrario, cree de una manera absoluta, como demuestra también en la novela que leo ahora, Los excluídos. Más bien se trata de que creer en el amor no significa tener una buena concepción del mismo, que es bien diferente y bien fácil de entender.

Hay un tema interesante y es el sentido de propiedad. Dije antes que era el odio congénito lo que hacía que todo, desde la violencia, el sexo o el alcoholismo al trabajo, las relaciones paterno-filiares o el propio paisaje, estuviera viciado de origen. Leyendo con más profundidad uno advierte, sin que la autora haga un hincapié excesivo que habría sido un completo lastre para la narración, que el causa y origen de todo eso es el sentido de la propiedad. Los hombres quieren poseer un trabajo y una mujer y más tarde unos hijos, mientras la mujer, para dejar de ser una mera posesión de sus padres, quiere poseer un marido que las posea, una casa, unos hijos. Entre medias, posesiones menos trascendentes y ningún sentido moral al respecto que se aleje de esta moral capitalista protestante.

Otro detalle curioso y que también podría tener una lectura política es que toda la novela esté escrita sin ninguna letra mayúscula, ni tan siquiera la de principio de párrafo o después de punto y seguido, tampoco obviamente los nombres propios, todo excepto algunas palabras pronunciadas por el único personaje que pertenece a otra clase social, a la burguesía adinerada, lo cual viene a mostrar el conflicto de lucha entre clases de manera gráfica. En este sentido no es Jelinek una escritora marxista sino más bien anticapitalista, como lo es antimachista y no feminista, pese a la lectura miope de muchos críticos y lectores.

sábado, 15 de diciembre de 2007

La vida instrucciones de uso, de Georges Perec

La vida instrucciones de uso.
Georges Perec.
Trad. Josep Escué. 1978. Anagrama. 640 págs.


Releyendo estos días El Quijote me doy cuenta de que por alguna razón me gusta mucho eso del juego de narradores que hacen algunos autores. No me refiero a nada complicado sino a algo tan sencillo como que Cervantes escriba un texto a partir de una traducción hecha por un morisco de un manuscrito escrito por Cide Hamete encontrado en una librería de viejo de Toledo. Me gusta la historia dentro de la historia dentro de la historia. Es como cuando mi madre o mis tías me cuentan cosas de su juventud y ponen voces diferentes cuando quien cuenta la historia no son ellas sino otro que se las ha contado. Me gusta cuando Bernhard o Sebald enlazan esos “dijo fulano, dijo mengano” o "decía, dijo", en una narración donde el autor escucha una historia que alguien le contó a alguien, o que nos cuenta algo que alguien le contó que le contaron. Me gusta la estructura de Lord Jim. De hecho en Conrad eso relativiza el grado de fiabilidad de lo contado, añadiendo puntos de vista sin recurrir a cambios de narrador. Estructura pura y dura. Literatura. Etcétera (o como escribiría un pedante &cétera).

Por eso, el penúltimo libro que leí me parece magistral. En La vida instrucciones de uso se utiliza este recurso hasta el extremo, no ya solo en lo que a narradores se refiere, sino que también juega de ese mismo modo con el espacio y el tiempo. Varios personajes pueden estar en el mismo espacio en tiempos diferentes. O el mismo personaje. O en un mismo espacio podemos viajar a través del tiempo, al acercarnos haciendo un zoom a una tabaquera donde hay una ilustración de alguien sobre el que se nos cuenta una historia, su vida quizá, o un cuadro, o una baraja de cartas ilustradas, o una biblioteca de libros apócrifos y auténticos.
Y cuando dije antes que Perec utiliza este recurso hasta el extremo me refiero a esos momentos en que lo que hay dentro de una historia (o de una pieza), es una replica de lo que hay fuera, incluida esa referencia (algo así como un bucle anidado). Todo ello en un puzzle tridimensional grandioso. Continuas correspondencias, si leemos atentos, entre el fondo y la forma, entre lo que sucede y como se describe.

Muy pocas veces recurre Perec a otra cosa que no sean descripciones, sean estas tanto de lo que “se ve”, como de lo que “se hace”, no hay reflexiones, ni diálogos, ni tampoco valoraciones o juicios por parte del narrador, que si bien es un narrador omnisciente, más parece una cámara que todo lo ve que un Narrador-Dios de novela decimonónica. Y sin embargo, pese a ésto, el que no use artificios para describir el interior de cada personaje, al final tenemos simpatías y repulsas por unos u otros, y los personajes no dejan de provocarnos sentimientos. Por eso y por muchas otras cosas considero que la novela es una obra maestra absoluta.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Papá, dame la mano que tengo miedo, de Leopoldo María Panero

Papá, dame la mano que tengo miedo
Leopoldo María Panero.
Prólogo Ana María Moix.
Ed. Cahoba. 2007. 128 p.


La lectura de la prosa de Leopoldo María Panero siempre se hace con las premisas -y/o prejuicios- de que es poeta y está loco. A veces ser poeta y estar loco no es lo mismo que ser poeta y ser o estar maldito.

Pero si nos olvidamos de ésto, lo cual es difícil y además absurdo por innecesario, nos encontramos ante una prosa sorprendente. Como sorprendente ha sido casi todo lo escrito por él.

Leí por vez primera a Leopoldo María Panero en las páginas de Egin -del diario etarra Egin, como él lo llama-, allá por el año 1998, durante unas vacaciones en Guipú
zcoa, y recuerdo aquel artículo lleno de referencias a Lacan y a Adorno que ya me dejó impresionado. Me lo había recomendado un gran compañero de COU con el que compartí muchas cosas y a quien recuerdo con tanto aprecio, y por ese motivo, por su recomendación o simple mención (sobre todo me hablaba de la película de Chávarri), me detuve en aquella página de aquel diario abertzale. Desde entonces no he dejado de leerle y releerle, y me sigue gustando lo mismo o más.
Decía LMP hablando con el poser de Bunbury sobre el Nobel de Literatura que últimamente se lo habían dado a dos dobles suyos, Coetzee y Jelinek, y leyendo esta novela se entiende -aunque yo haya tenido mala suerte, todo hay que decirlo, con la austriaca porque he leído sus peores obras, al parecer.

La lectura de la prosa de LMP es igual de estimulante que la de sus poemas, con el añadido de que se vierte como un vómito, como un torrente de imágenes, de ideas, referencias, citas y autocitas, elucubraciones y delirios, sincero y excesivo siempre, obsesivo a veces, genial otras.

Da igual encontrarnos con alguna errata, o alguna falta ortográfica, como da lo mismo encontrar algún nombre mal escrito, como el del poeta senegalés Leopold Segar Senghor, a quien LMP le quita la "h" y lo llama reiteradamente "Sengor", o que haya alguna cita dudosa: en este caso dudosa para mí, que no para él, y en ésto mi modestia y mi mala memoria me impiden decir que con seguridad el verso "y si al alma su hiel toca esconderla es necedad" es de Quevedo, cosa que LMP, si bien por desgracia olvidé a quién, se la atribuye a otro. Todo eso es lo de menos, aunque incluso en sus manos hasta pueda parecernos un rasgo interesante.

Por esta novela pasean muchos personajes, aunque sería más preciso decir que hay un sólo personaje, Leopoldo María Panero, que nos narra lo que pasa por su cabeza, no en en sentido vulgar de la expresión, sino en el sentido literal, como en tal sentido lo hace Molly Bloom/Joyce, y desde entonces -aún habiendo precedentes/precursores, como Schnitzler, si bien esto es otro tema-, muchos otros, como el Bernhard de Tala, por poner un ejemplo más claro; y lo que pasa por la cabeza de Leopoldo María Panero son sus obsesiones de siempre, sus obsesiones con la poesía y la psiquiatría, con la escritura y con la muerte, con la CIA y los médicos, un mundo propio donde pueden aparecer de pronto Ana María Moix, José María Aznar, Joaquín Sabina o Javier Bardém.
Además, como dice Ana María Moix en el prólogo, tiene un título cojonudo.

martes, 27 de noviembre de 2007

Cómo lee un buen escritor, de Francine Prose

Cómo lee un buen escritor: técnicas de lectura de los grandes maestros.
Francine Prose.
Ed. Crítica. 2006 (traducción, 2007). 320 pp.

Es éste un libro con un sumamente atractivo y atrayente título que tras leer unas páginas, se da uno cuenta de que, o bien se hizo demasiadas espectativas y está sólo dirigido al público anglosajón, y más en concreto al norteamericano, o bien el título sólo responde al marketing editorial y sus pretensiones por parte de la autora eran menores, o bien simplemente era, en efecto, un proyecto a la altura de su título (y subtítulo) y simplemente la autora no alcanza la altura necesaria y todo ello se queda en agua de borrajas.

Y es que el libro estaría bien con otro título, algo más académico, como corresponde a este tipo de lecturas, y menos engañoso. O quizá un título a la manera de los libros de autoayuda. A mí, desde luego, me decepcionó mucho.

Propongo a continuación, algunas de mis pegas:

1) Pone siempre ejemplos positivos y nunca negativos. Creo que en el proceso de creación literaria y en concreto en la lectura como aprendizaje para la escritura (escritura creativa siempre me sonó pretencioso y como de taller -aunque yo no he ido en mi
vida a uno de esos talleres-, así que no usaré este término), es tan útil saber lo que no hay que hacer como lo que hay que hacer. De hecho creo que sobre lo que hay que hacer se han encargado durante años los grandes genios de desmentirlo, los grandes genios (parte de ellos al menos) han destrozado y mandado a tomar vientos las reglas, y en eso (y en algo más, claro) consiste su genialidad. Por eso creo tan importante, más que decir lo que hay que hacer y poner ejemplos en autores grandes, lo que no hay que hacer y por qué y poner ejemplos de escritores grandes o no tan grandes (o directamente malos: simplemente porque todo el que se pone a escribir es malo hasta que deja de serlo).

2) La autora se ciñe a planteamientos muy tradicionales y no habla nunca de nueva novela o posnovela, o novela posmoderna, ni tan siquiera de metaliteratura, metanovela o metanarrativa. Creo, aunque tal vez en esto me equivoque, que la narrativa nortamericana, con ser de las más originales y ricas del mundo, es también de las menos arriesgadas y más tradicionales, y ésto sirve igual para los que narran con la perfección de un Roth, un McCarthy, un Pynchon o un DeLillo.

3) Los ejemplos que pone corroboran que la autora se ciñe a la literatura clásica mundial (más bien occidental) y la contemporánea local (anglosajona), siéndome ésta completamente desconocida en su mayoría. Para hacernos una pequeña idea y que cada quien saque sus conclusiones: cuando hablo de referencias a clásicos universales me refiero a Austen, von Kleist, Rulfo o Chéjov y referencias muy breves a Hemingway, Nabokov, Flaubert, Dickens, Kafka, Salinger, Roth, Chandler o Turgienev. Es decir, uno de cada: uno que escribe en francés, otro en alemán, otro en ruso y otro en español y el resto norteamericanos: uno del XIX, otros tres del XX y otro actual. Y otro que escribió en varias lenguas, como Nabokov, para que haya de todo.
Por contra, llenan las páginas párrafos de Harold Brodkey, Christian Stead, Joy Williams, Scott Spencer, David Gates, Edward St. Aubyn, Bruce Wagner, Henry Green, George Eliot, Jane Blowles, Deborah Eisenberg, Diane Johnson, William Trevor, ZZ Packer o Junot Díaz. Y hombre, no digo yo que sean malos autores, sobre todo porque no los he leído, pero por las edades que más o menos tienen, si de contemporáneos norteamericanos se trata y de ejemplos de cómo se debe escribir (porque de cómo se debe leer o cómo lee un escritor ya pronto nos tenemos que olvidar una vez avanzamos un poco) algunas referencias a Faulkner, Capote, Pynchon, DeLillo, Bukowski, Fante, Mailer, K. Dick, Sturgeon, Kerouac, Burroughs, McCarthy, AC Homes, Palahniuk, Ellis, Vonnegut, Updike, Auster, Brautigan o Wolfe (ni siquiera a mí me gustan todos los que cito, pero al menos son referentes) podrían haber aparecido, porque lo que en mi caso puedo llegar a intuir es que los autores citados son escritores de best sellers, sobre todo por la edad de los mismos, ya que si se tratara de escritores muy jóvenes uno podría pensar que aún no han sido traducidos o lo han sido pero sin tener aún demasiada promoción fuera de su país. Pero, como digo, al tratarse en muchos casos de escritores ya fallecidos o de una cierta edad, me inclino a pensar que sus méritos son el haber escrito best sellers que dieron origen a películas famosas, y que esos son los referentes culturales y literarios del público nortemericano hacia el que se dirige el ensayo.

4) No cumple el propósito del título. No incido más en ello, simplemente uno, al terminar el libro, no sabe cómo lee un buen escritor. Es más, lo poco que se dice no me convence: no creo que se deba hacer eso que llama la autora "una escritura atenta", pensando en cómo se construyen las frases, cómo se usan los adjetivos, etc. Es más, al terminar el libro creo que quien pretenda ser escritor debería leer como el que no quiera serlo, y que el leer mucho y el escribir mucho le llevarán a escribir mejor. Eso es como tocar el piano de oído o que te enseñen en una escuela: ésto último no hace que compongas mejor (ni peor), pero quizá sí el escuchar mucha música y tocar muchas horas, aunque nadie te haya dicho cómo.

5) Hay muchas obviedades. Y no es que uno vaya de listillo, pero al leer algunos ejemplos de lo que no hay que hacer se observa, no lo que haría un mal escritor o un novato, sino alguien que ni tan siquiera lee.

6) El título (por contradecirme y volver a incidir), además de no cumplir las espectativas es pretencioso, porque la autora se considera a sí misma buena escritora. Al fin y al cabo, ¿cuál sería la respuesta a Cómo lee un buen escritor?. Pues, obviamente, un buen escritor lee como yo, luego se infiere que soy buena escritora porque yo escribo. Bueno, tal vez ésto se parezca un poco a aquel silogismo de Ionesco sobre Sócrates y los gatos, porque tal vez ella solo lea como una buena escritora y aunque escriba no sea buena escritora, es decir, que lee cmo una buena escritora lo haría pero luego escribe y se la olvida la lección que ella misma escribió... No creo, pensándolo bien, que sea tan parecido al silogismo de Ionesco, pero bueno, dejémoslo ahí. En todo caso seamos justos: el título en inglés no dice nada de buen escritor, sino de escritor, y tiene un subtítulo mucho más acorde al contenido: a guide for people who loves books and for those who want to write them. Aquí no se habla por tanto ni de buenos escritores ni de sus tecnicas de lectura.

7) Las descripciones de novelas son pesadísimas y aburridísimas. Páginas y más páginas detallándonos el argumento de un libro de Austen para... ¿para qué? Aún no lo sé.

En resumen, un libro muy decepcionante, con un título engañoso y que no recomiendo en absoluto. Tan solo, y por decir algo positivo, me hizo llevar la cuenta de una serie de escritores a los que no había oído mencionar en mi vida y de los que quizá un día, si me aburro mucho, busque información.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Rant, de Chuck Palahniuk.

Rant: la vida de un asesino. Chuck Palahniuk.
Mondadori. 2007
320 pags.

La última novela de Palahniuk, editada por Mondadori en España el mes pasado, me parece algo floja. En primer lugar tiene mucho de inverosímil. Y toda esa inverosimilitud se mantiene una buena parte en suspense, para después de una parte media de la novela muy aburrida, desvelarnos en las últimas páginas que todo cuadra, que hay una explicación para todo, si bien la explicación parta de una lógica paracientífica o acientífica.

Hay también durante la primera parte varios cambios que pronostican varias tramas paralelas. De tan paralelas que son -tangenciales sería mejor decir-, podrían desarrollar varias novelas diferentes. Una realista, con toda la infancia del protagonista, sus padres, sus mocos, las primeras bobadas que hace (a lo Mark Twain pero en cabrón quizá)... Otra de literatura fantástica, con todo el rollo de las predicciones, todos esos comentarios absurdos que no hay quien se los crea (aunque quizá en otro contexto)... Otra de ciencia ficción, con el rollo de las transcripciones y las exo-cargas (la más interesante, quizá)... Y otra con el tema de las choquejuergas, en plan futurista, crítica social antisistémica, road-movie... Finalmente todas esas tramas se van tratando poco a poco: la última mencionada, la más aburrida y pelmazo, una suerte de juego donde adolescentes con poco atractivo como personajes (salvo tal vez Neddy Nelson, el último en aparecer y que es el más interesante y el más identificable), conducen y chocan, se divierten con ello, tienen Reglas y Días del Árbol y Noches de Bodas y alguna tontería similar, tienen una emisora donde dan avisos de accidentes... Todo aburridísimo. Y es que, ¿es divertido conducir y chocar? ¿Es transgresor coger un coche y conducir? Pues quizá sí para un norteamericano, pero para mí es un auténtico pestiño comprobar cómo página tras página, estoy oyendo hablar a personajes que juegan con coches unas partidas de choquejuerga con sus reglas y su lenguaje propio que a mí me importa una mierda, adolescentes medio retrasados que además hablan todos igual (de bien, por contra).

En cuanto a la estructura, Palahniuk pretende una especie de lo que en cine se llamaría falso documental. Pero no el equivalente a F for Fake de Welles o Zelig de Allen (o los muy interesantes de Martín Patino para la televisión), donde se mezclarían por ejemplo, manuscritos con entrevistas, documentos, opiniones, etc., sino el equivalente a un documental para la televisión por cable a base de entrevistas y montaje rápido. Para ello da voz en cada párrafo a un personaje de una multitud de ellos, entre los cuales, por ejemplo, llama mi atención los testimonios que vienen precedidos de "De las notas de campo de Green Taylor Simms", donde uno podría imaginar que, tratándose de "notas de campo", éstas podrían haber estado escritas en tiempo presente, para así contraponer a los testimonios en tiempo pasado del resto de personajes y dar cierta riqueza, pero no, Palahniuk no sólo lo transcribe en pasado sino que a veces hasta parece seguir la sucesión de hechos relatados por el resto de personajes, que uno se imagina, no se si acertadamente, juntos en una misma sala hablando al tiempo (p. 215). Es decir que de eso de “de las notas de campo” podría haber prescindido por completo y haberse quedado con Green Taylor Simms, porque además al final no se aclara nada respecto a qué son esas notas de campo, solo que el personaje en cuestión es Historiador, lo cual me hace ratificarme en mi apreciación.

Los personajes no adquieren una personalidad fuerte. No son muy atractivos, y a veces lo que dicen lo podría haber dicho otro personaje, sobre todo cuando se trata de los amigos de la infancia o los choquejuerguistas. Quizá es que son demasiados. Mención aparte para los Mercer (capítulo 21). Aquí el matrimonio Mercer sí se retrata hablando y de paso retrata a Echo. Y el resultado es también desastroso, porque la única conclusión posible a la que el lector puede llegar es a la de que los Mercer son de una imbecilidad también, como no, inverosímil. No, Chuck, no se puede ser tan idiota, ni siquiera imaginando un futuro en el que la gente tenga un USB en la nuca. De tan idiotas podrían haber resultado graciosos, pero tampoco.

Y es que, ciertamente, entre esos personajes, y esas choquejuergas uno piensa que, o bien se ha hecho mayor (uno) y el amigo Chuck no, o bien Chuck se ha pasado a la Literatura juvenil con el fin de pervertir ciertas mentes (y asegurarse la cartera futura). O simplemente Chuck, como escritor, en aquellos talleres literarios a los que asistía para hacer amigos, suspendió la asignatura de "Eliminar material".

Tras ese Alpe d'Huez que supone el segundo tercio de la novela (por decir una cantidad, que bien podría ser de la página 100 apr. a la 260) todas aquellas inverosimilitudes y dudas se esclarecen en el final, un final, como digo, paracientífico y que resuelve todo mezclando demasiadas cosas a la vez, H. G. Wells, parapsicología, religión, historia política, epidemiología... pasando a un final que por impredecible no deja de ser un poco desconcertante: ¿no hacía presagiar todo, sobre todo tras leer el principio de la novela, que Rant desencadenaría un final apocalíptico, una epidemia de dimensiones bíblicas y que haría tambalear el Sistema y el Imperio? Pues nada de eso pasa, y parece que la rabia como vino se fue como vino se fue como vino...
Podría haber sido una novela de 150 páginas pasable. Creo que la parte de las choquejuergas no debería ser tan larga porque, además de aburrida rompe la trama y el tono de la novela que pasa a ser un videojuego adolescente infumable. El resto bien. Y el conjunto irregular. Poco humor, dos o tres escenas y tampoco graciosas sino divertidas (y ésto siendo generosos). Una novela fallida. Espero que al autor se le olvide eso de hacer una trilogía.

martes, 13 de noviembre de 2007

En el salón no se juega.

A veces se exige al lector, o, precisando más, el lector se exige a sí mismo y con ello su público (el lector, a día de hoy, también puede tener su público, y no lamentar en soledad no poder compartir su pasión enfermiza por la literatura: ese público está en un blog, en un foro, en una comunidad, está en la red, en definitiva) le exige veladamente cierta elocuencia a la hora de transmitir sus sensaciones con respecto a una lectura o a un autor. Quizá la culpa la tengan los propios autores que, cada vez más, hablan de otras obras y otros autores (incluso en blogs), sin necesidad de acojerse a una escuela de crítica o directamente sin hacer crítica (una variante es la opinión de determinados autores sobre la literatura o sobre autores que encontramos a menudo en las entrevistas, recurso este, el de la entrevista, mucho más accesible desde que existe internet, y muy recurrente para el lector). De hecho la crítica literaria es, muy a menudo, aburridísima, al menos a mí me parecen aburridísimas esas revistas sobre libros, o esos suplementos donde uno tiene que rastrear a su crítico favorito entre un mar de ineptos y vagos que parecen estar haciendo un trabajo para un profesor, a menudo cegados en sus análisis por la cerrazón intelectual y la ideología (o peor aún, la línea editorial).

Y es que uno se lee de repente y en un arrebato todas las novelas de Marías o de Pynchon o de quien sea y vas y se lo dices a tus amigos, a veces simplemente eso, que te las has leído, quizá por toda respuesta obtengas un ¡no jodas! o algo así, quizá tu mujer sonría con orgullo, pero como no puedes decir mucho más o no sabes decir mucho más, simplemente aduces esto a que ellos no sabrían escucharte, o simplemente no mostrarían interés alguno, o más simplemente aún, les resultarías aburrido y decides decírselo a alguien que sí esta interesado. Solo que después te das cuenta de que quien pueda estar en un momento dado interesado en conocer tu opinión sobre una obra de Marías es, bien el navegante que busca información, y que se contentará con leer cuatro adjetivos del tipo "obra maestra", "basura", "aburrido" o "pedante", bien quien comparta tu pasión y simplemente haya leído también esa obra y decida comparar tu análisis con el suyo. Pero para eso hay que hacer las cosas muy bien, quiero decir, hay que aportar algo nuevo.


Aportar algo nuevo a estas alturas a mí se me hace difícil. Recurrir a lugares comunes, indecente y aburrido. Cualquier otra cosa me deja siempre la sensación de inutilidad. ¿Cuántas veces he llegado a escribir algo en este blog, o un comentario en otro, y lo he borrado después de pensármelo mejor? También en la blogosfera hay que ser consecuente y existen ya demasiados blogs, demasiadas opiniones, demasiada vacuidad en los discursos, demasiada neopedantería (neologismo de creación propia que viene a definir una suerte de pedantería de nuevo cuño que en vez de alardear de cultura alardea de incorrección política teñida de pseudocultura: mala hostia de salón), como para seguir escribiendo tonterías, ¿no crees?.

viernes, 19 de octubre de 2007

Una página perfecta.

Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, enero de 1977. Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí está. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo crítico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie. Ahora tomemos al lector desesperado, aquel a quien presumiblemente va dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no puede leer más que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hablé a ellos, les dije, les advertí, los puse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí consigue una página serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Y yo se los dije. Se los advertí. Les señalé la página técnicamente perfecta. Les avisé de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero con cordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellos, por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.

Roberto Bolaño. Los detectives salvajes, 1998.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Sobre blogs de lecturas.

Leo más novela que ensayo. Concretamente leo más narrativa, porque a parte de novelas también leo libros de cuentos y, con menos frecuencia, memorias o biografías. Leo mucho menos poesía. La poesía me crea cierta ansiedad en el sentido de que me deja la sensación de que la leo mal, de que la leo a medias y de que necesitaría volver a leer varias veces, casi a estudiar, cada libro que acabo. Una sensación de aplazamiento. Por eso quizá la poesía que más me guste sea la de Machado, o la de Pessoa o incluso la de Bob Dylan, pero me frustra un tanto leer a Celan, e. e. cummings o Dylan Thomas, por ejemplo. Sin embargo no me gustan algunos poemas de Bukowski (aunque Lo más importante es saber atravesar el fuego me parece muy bueno) o de Carver, me decepcionaron algunos de Bolaño al que tanto admiro como narrador y mi poeta favorito es Leopoldo María Panero. O sea, que no se trata de un tema de prosaísmo en la poesía, ni mucho menos.


En cuanto al teatro, me gusta más leerlo que verlo, por eso algunas obras no me atraen, porque son demasiado para escena, por ejemplo, recuerdo que no me gustó Días felices de Beckett, aunque me gusta todo el resto de su obra traducida al castellano, como Fin de partida, Esperando a Godot, Eleutheria... Pasa lo mismo con Bretch, sus obras me gustan y su concepto del teatro también, pero si hay canciones de por medio me siento limitado a la hora de leerlo, porque pienso que leo algo que no está escrito para leer sino para ver/escuchar, o cuando le da por sacar cartelones a escena, como en La Madre, uno lo puede imaginar pero no seá lo mismo, a parte de que imaginar un teatro con unos actores que interpretan es para mi algo que no soporto, prefiero leer el teatro e imaginarme una realidad, sea cual sea, fuera de una platea.

Por otro lado, el ensayo me apasiona, pero me agota más y por eso siento la necesidad de no leerlo tan de contínuo, quizá sea solo un hábito de lo más absurdo, porque, pensándolo fríamente, uno puede leerse los ensayos que quiera de forma continuada, tal vez solo sobrecargan la red neuronal los ensayos filosólicos, pero el resto son casi como leer un periódico.

Leo y leo. Y cuanto más leo más tengo la sensación de que dispongo de poco tiempo para leer. Este año, fácilmente llegaré a sobrepasar los 100 libros leídos, y sin embargo siento que veo demasiado la tele, tardo demasiado en leer el periódico, duermo demasiado poco pero paso demasiadas horas en la cama, paso demasiado tiempo en los bares, o haciendo la compra, o hablando, o simplemente estando con mi pareja... (¿paso demasado tiempo viviendo?).

Pero esto que estoy escribiendo no es una reflexión sobre lo que hago, lo que leo o mis gustos, sino una reflexión sobre la necesidad de reseñar mis lecturas aquí.
Llevo ya un tiempo sin poner una entrada. Y no se trata de ver que quizá pocos lean ésto, que a mí me importa poco a decir verdad, sino de observar que de los libros que leí hace más de un año apenas podría recordar cuatro cosas y a veces ni eso, quizá incluso no recuerde siquiera cuánto me gustaron, quizá solo recuerde que me gustaron muchísimo y me marcaron o que fueron detestables y me
costaron un esfuerzo tremendo terminarlos, pero de la gran mayoría, es decir, de todos los demás que se inscribirían fuera de esas dos categorías, no recuerdo apenas nada, y que por eso sería necesario y bueno llevar un recuento y por qué no, compartirlo.

Otra reflexión me lleva al hecho de saber cómo se hace un comentario a un libro. Hay muchísimas posibilidades, y ejemplos existen tanto en las revistas y suplementos literarios, libros de crítica, como en la propia blogosfera. Pongamos un ejemplo reciente, el último suplemente de Babelia, y veamos dos ejemplos de cómo hacer un comentario o una crítica a una obra narrativa. La crítica a la última obra de DeLillo es canónica y académica, pero es la clase de crítica que solo debería interesar, y a veces ni tan siquiera, a quien ya haya leído el libro. Está basada en contar el argumento de la obra, extraer algunos fragmentos representativos y exponer un juicio final en dos o tres líneas. También se puede poner un preludio aludiendo al autor, a sus obras anteriores o a datos de su biografía. En definitiva, una crítica que cualquiera podría hacer, que sería la que haría un alumno de Bachillerato, y que, como ya dije, a mí particularmente solo me interesaría si tuviera a dicho crítico como una autoridad y quisiera contrastar su juicio con el mío. En el resto de los casos, es decir, tanto si me importa un bledo o no conozco al crítico, como si no he leído la obra, suelo pasar por este tipo de artículos leyendo únicamente el titular y el final.
La otra manera de hacer una crítica sería sin contar nada o lo extrictamente necesario del argumento. En éste sentido puede servir de ejemplo, y siguiendo el mismo número de Babelia, la crítica a la última obra de Claudio Magris. Ésta es la clase de crítica que a mí siempre me interesa y leo completamente, independientemente de que coincida en su valoración con el autor de la misma, o de que haya o no leído la obra. Es, además, y contrariamente a lo que podría parecer, la única reseña que puede hacerme tomar la decisión de leer una obra que no tuviera decidido ya leer, incluso que tuviera decidido no leer.

En los blogs, gran parte de los autores de reseñas de sus lecturas recurren a la primera opción. Una gran parte recurre directamente al mero inventario de lecturas, siempre con las herramientas que los blogs ponen a nuestra disposición, como copiar y pegar la reseña de la sobrecuvierta tomada de la página de la editorial, tomar una imagen del autor, o de la portada, o poner unas estrellitas valorando el placer que suscitó dicha lectura.
A mi ese tipo de blog no me interesa nada. Me interesaría hacer un blog donde reseñara mis lecturas haciendo un juicio a la obra, y no hablando de su contenido y su argumento. Salvo en el ensayo. Creo que la critica al ensayo puede hacerse, y a veces es la mejor forma, desentrañando su contenido y extrayendo citas, es decir, a la manera de la fórmula clásica que hice mención refiriendome a la crítica a la novela de DeLillo, si bien en este caso se puede enjuiciar de manera más exhausitiva que una novela.

En este blog he reseñano novelas y ensayos, pero no estoy satisfecho con las reseñas de las novelas. No sé juzgar una novela y no sé hacer una crítica a una novela. Como tampoco sé hacerlo de una película. De hecho creo que me es más fácil hacerlo de una mala novela, o de una mala película. También eso forma parte de la grandeza de una novela: que nos guste y no sepamos porqué, y tengamos entonces que recurrir a lugares comunes: sobre su trama, sus personajes, su estructura, su final o su estilo...

A veces las mejores críticas vienen de escritores que son grandes lectores. En muchos de esos casos éstas se fundamentan en el acervo del crítico, en su posibilidad de enfrentar la obra con el resto de la producción del propio autor, o con las de la misma temática, época, género...

Pero para ésto hay que seguir leyendo años y años.

sábado, 11 de agosto de 2007

El crepúsculo del deber, de Gilles Lipovetsky


El crepúsculo del deber.
La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.


Gilles Lipovetsky
Año 1992
ISBN 978-84-339-6795-4
288 p.
Compactos Anagrama
Traducción Juana Bignozzi


El ensayo de Lipovetsky comienza haciendo un repaso a la historia de la ética, resumiendo acertadamente aquella etapa en que ésta se fundamentaba en valores religiosos y que pasó después a ser una moral del deber, adaptando todos aquellos valores a los tiempos iluminados de (por) Kant y más tarde de la Ilustración. Éticas basadas en códigos religiosos e inmutables, a la vez que incuestionables, y que se transforman en el deber por el deber del sistema posterior, que si bien parece suponer una ruptura, tan sólo lo es en apariencia, ya que más bien se trata de una continuidad. Asistiríamos por tanto, y hablando de Occidente, del paso de una ética judeocristiana a una ética kantiana, una ética del deber. Esta ética estaría hoy ya en su fase de decadencia o extinción, y para demostrarlo Lipovetsky disemina cada uno de los valores morales en que se basa nuestra ética posmoderna para hacernos entender que no es cierto que en la actualidad (o al menos en la actualidad de principios de los noventa en la que se circunscribe, diferente quizá a la post-11 S) se esté regresando a la ética del deber condicionada por las olas de puritanismo.

Si hablamos de ejemplos, el autor atina con lucidez y rigor la evolución en cuestiones como el sexo, la pornografía, el suicidio, la eutanasia, la prostitución, el transexualismo, el amor al cuerpo y las cruzadas antitabaco y antidroga, el deporte y el doping, la familia y los hijos, la nación, la bioética o los media. Creo que es más discutible su aparente optimismo respecto a las éticas de empresa. Si este libro data de 1992, es interesante complementar con la lectura de algunos pasajes de No Logo de Naomi Klein, por citar un ejemplo conocido, respeto a la ética empresarial, los códigos de conducta de las multinacionales y su denuncia, pasa saber cómo derivó y en qué la economía global a partir precisamente del momento en que escribe el autor. O quizá el libro de la autora canadiense se trate de un punto intermedio entre el análisis de Lipovetsky y un futurible final de la globalización neoliberal, entendiendo ese extremismo y radicalismo capitalista de principios de siglo XXI como el canto del cisne de un sistema o su posible suicidio. Entonces los tiempos darían la razón a Lipovetsky, si bien esa ética post-moral llegaría con más de veinte años de retraso, quizá pudiendo exprimir hasta la última gota de un sistema que nos hicieron creer que daba por finalizada la historia.

Veamos algunos de mis subrayados como resumen de sus teorías:

Los deberes positivos de entrega a fines superiores ya no gozan de crédito, sólo lo tienen los deberes negativos que prohiben acciones perjudiciales a los particulares y a la tranquilidad pública.

Pero, acaso, 15 años después se podría decir que esos deberes positivos y negativos coexisten, o unos como coartadas de los otros y en concreto si nos referimos al choque de civilizaciones, la guerra contra el terrorismo, la yihad contra el infiel, a favor del Islam o a favor de la democracia universal. Lo que si es cierto sin embargo, y tiene razón Lipovetsky en ello, es que los valores positivos calan menos en la opinión pública, hay menos gente que crea que se busque propagar la democracia en el mundo que luchar contra el terrorismo global, o defenderse y desestabilizar la zona que propagar la buena nueva del profeta Mahoma entre los infieles judíos y cristianos...

Sigamos con algunos subrayados más:

Ya no creemos en ninguna utopía histórica, en ninguna solución global, en ninguna ley determinista del progreso, hemos dejado de vincular la felicidad de la humanidad con el desarrollo de las ciencias y de las técnicas, y del perfeccionamiento moral con el progreso del saber.

(...)

La generosidad es una virtud privada, no puede servir de principio de acción para una mejor organización de la vida colectiva. Es necesario pues repetirlo: sin la inteligencia de las condiciones concretas, la justa evaluación de los fines y de los medios, la preocupación de la eficacia, los más altos objetivos morales se convierten rápidamente en su contrario, el infierno, y, eso ya lo sabemos, su camino está plagado de buenas intenciones.

(...)

La suerte de la época sin deber es que la demanda de ética que se manifiesta, no siendo irrealista y contraria a los intereses, puede, por eso mismo, contribuir a transformar en el buen sentido cierto número de prácticas sociales, a construir un mundo no ideal pero menos ciego, tal vez un poco más justo.

Obra interesante y muy bien estructurada, aunque en mi opinión el capítulo dedicado a la ética empresarial peca de excesivo distanciamiento de los problemas de la inmensa mayoría de los humanos: masas trabajadoras un tanto alejadas y desconfiadas de lo que entienden por una cuestión que atañe meramente a los mandos de las multinacionales, porcentaje ínfimo en lo que respecta al trabajo, al menos cuantitativamente hablando.

Pongamos un párrafo más para ilustrar sus ideas al respecto:

Con la business ethics se alcanza un nivel superior. Ya no basta con responder a la acción de los grupos de presión adaptando las prácticas de la empresa a las demandas sociales exteriores, se trata de autorreformar los principios y las prácticas de la propia empresa en el camino permanente y regular del respeto a las normas morales. tal es el sentido de los códigos y declaraciones éticas: no sólo reaccionar con continuidad, sino afirmar un conjunto de principios estrictos que doten a la empresa de una orientación moral continua, constitutiva de ella misma.

Al final de la obra el autor muestra, quizá en un ataque de realismo, su escepticismo respecto a los códigos de empresa o más en concreto hacia las verdaderas razones que las empresas tendrían para afrontarlos.

El estilo de Lipovetsky es bastante repetitivo, aunque con ello gane en claridad, de tal manera que en ocasiones se nos muestra como un profesor dando clase a los alumnos, también a aquellos que se distraen y que a la segunda o tercera vez pillan algo, o si no a la cuarta o quinta, mediante ejemplos y si tampoco pues quizá en el resumen de cada tema... Es decir, un pedagogo puro.

jueves, 9 de agosto de 2007

Queer, de William S. Burroughs

Queer
William S. Burroughs
Año 1952ISBN: 978-84-339-7287-3
150 p.
Anagrama Compactos
Traducción Mariano Casas

Esta novela de Burroughs es de la misma época que Yonqui, pero su temática es diferente si bien tienen en común un estilo mucho más asequible que el que posteriormente haría célebre a su autor. No es tan sórdida como Yonqui, por el contrario es una novela más sentimental donde el autor, por medio de su alter ego protagonista (Lee) se desnuda y se muestra como un homosexual, drogadicto y patético ser en busca de experiencias, siempre al borde de la crisis emocional.

La novela tiene una atmósfera triste y de cierta desolación, también hay un sentimiento de huida, el propio autor lo menciona en el prólogo que escribió treinta años después, si bien la alusión al homicidio de su esposa se conoce más por lo relevante que fue el hecho y que todo lector de Burroughs conoce, que por alusiones directas en el texto.


Hay una historia de amor y mucho sexo. También está presente la droga, menos recurrente que en las novelas que lo harían célebre, pero sobre todo hay una especie de radiografía del propio autor, que se muestra a veces tierno, a veces insoportable, siempre vulnerable y por ello interesante y hasta inédito.

Séptimo libro que leo de Burroughs, tras Yonqui, El almuerzo desnudo, The Soft Machine, El lugar de los caminos muertos, Las cartas de la ayahuasca (con Ginsberg) y Con William Burroughs : conversaciones privadas con un genio moderno, recopilación de Victor Bockris, y me sigue pareciendo interesante, aunque haya perdido en mí aquel fervor con el que lo descubrí hace años.

sábado, 28 de julio de 2007

Tratado de ateología de Michel Onfray

Tratado de ateología
Michel Onfray
Año 2005 (trad. 2006)
ISBN: 978-84-339-6234-8
256 p.
Anagrama Argumentos.
Traducción Luz Freire

La obra se divide en dos vertientes, una primera sería el ateísmo a lo largo de la Historia, y la segunda, una crítica hacia el monoteísmo encarnada en las tres religiones del Libro. No se trata, por tanto, de un libro de Filosofía donde se expongan las razones para ser ateo, pese al sugerente subtítulo de Física de la metafísica. De modo que no es un libro que intente demostrar la inexistencia, indemostrabilidad o innecesidad de Dios, sino un tratado de ética atea contrapuesta a la ética monoteísta. En realidad se elogia a determinados pensadores que a lo largo de la Historia han ido contracorriente como Cristovao Ferreira o d'Holbach o más por su actitud moral que por su obra o su pensamiento, la cual, también es cierto, se reivindica, así como la de Feuerbach, quien para muchos no pasará nunca de ser un filósofo al que Marx dedica un libro crítico. Por supuesto sigue a Nietzsche y Freud, que son dos pilares fundamentales para la crítica hacia el judeocristianismo, tanto desde el punto de vista moral como patológico.

Creo que la parte del libro que se dedica a criticar las religiones del Libro es mucho más interesante, porque profundiza más que aquella que habla del ateísmo en sí. Lo cierto es que es demoledora: desde el nacimiento del racismo y etnocidio cuando los judíos exterminan por mandato divino a los cananeos o el compendio de atrocidades que contiene el Deuteronomio, hasta las patologías de Pablo de Tarso que hacen del cristianismo una religión contra la vida y contra el cuerpo y en favor de la sumisión y el dolor, pasando por las contradicciones constantes del Corán, libro que contiene 6235 versículos de los cuales 250 justifican y legitiman la jihad, o las simpatías de Hitler hacia la Iglesia Católica y de ésta hacia el nazionalsocialismo, así como la conversión al Islam de muchos nazis tras la guerra. Sobre este hecho hay un dato muy curioso: el Mein Kampf, que está prohibido en muchos países entre ellos Alemania, está disponible en otros, como en el caso de España en una versión bastante purgada y sesgada que se reduce casi a la mitad. ¿La razón?. Se han eliminado, entre otras cosas, todas las referencias al cristianismo que Hitler admiraba y cuando no ha quedado más remedio se han transformado en referencias al paganismo. ¿Les suena?

Onfray nos ofrece pues un ensayo demoledor, que hace reflexionar y sobre todo renueva la curiosidad por leer o releer a ciertos pensadores olvidados por la Historia así como a revisar ciertos pasajes de los textos sagrados como textos históricos y con espíritu crítico. Onfray no es optimista, porque como bien dice, vivimos una época en la que la sociedad sigue envuelta en concepciones del mundo y de la vida judeocristianas o islámicas, y de nada han servido las Luces porque incluso el llamado laicismo está recubierto completamente de judeocristianismo, incluidas cuestiones tan vitales para nuestro futuro como la bioética. Para ello Onfray se postula como un radical que nos invita a alejarnos de esa concepción bipolar cuya alternativa parece solo reflejada en el neonihilismo.

Una de las críticas que más a menudo ha recibido Onfray por esta obra es que, en lo referente al llamado conficto de civilizaciones, no valora los aspectos económicos y de mercado por una parte, como hace un sector de la izquierda, ni los aspectos culturales, como hace la derecha en conjunto y buena parte de la izquierda divina sobre todo francesa que se ha ido escorando hacia no se sabe qué últimamente. En este sentido yo estoy con Onfray, que por otra parte tampoco se alegaría de Enzensberger cuando éste venía a decirnos en El perdedor radical que esencialmente es falso que la pobreza sea causa del integrismo, y que si ya hablamos de sistemas económicos, el islam político es esencialmente neoliberal y no ofrece ni una sola alternativa a los sistemas económicos occidentales. Quizá decir que el conflicto entre el judeocristiano Bush y el musulmán Ben Laden es solamente un conflicto religioso sería demasiado simplista, pero tampoco es eso lo que nos dice Onfray, aunque le de una importancia capital. Desde luego, como Onfray, creo que aún de no ser la causa si es el origen, cosas diferentes y que se llegan a confundir para algunos. Y no es un sofisma decir que si Ben Laden y Bush fueran ateos no habría guerra, o la habría por otras razones -lo cual es como decir que esa es una de ellas-, como tampoco que si sólo uno de los dos lo fuera quizá también la habría...

miércoles, 25 de julio de 2007

Occidente contra Occidente de André Glucksmann

Occidente contra Occidente
André Glucksmann
Año 2003 (trad. 2004)
Colección: Taurus Pensamiento
ISBN: 9788430605347
216 p.


A veces un libro tiene el atractivo de la frescura de la urgencia. Un libro escrito mientras las cosas pasan siempre tiene ese ingrediente añadido. Por contra, muchas veces es preciso que el tiempo pase para que se pueda elaborar mejor, contrastando más los datos y hallando más. Me refiero a esos ensayos sobre la actualidad, sobre un hecho concreto que está ocurriendo aquí y ahora, en este mundo global. El primer caso tiene muchos más riesgos porque queramos o no, el autor siempre está caliente cuando lo escribe y corre el riesgo de ser poco objetivo. Y lo peor de todo es que se aventure de forma harto arriesgada a avanzar lo que el futuro deparará.
Glucksmann escribió este libro después de la invasión de Irak, casi inmediatamente después de la toma de Bagdad. Y llevado por el optimismo se aventuró a mostrarnos un posible escenario posbélico maravillosamente esperanzador que a la luz de lo que realmente ha ocurrido y viene ocurriendo día tras día en Irak queda -así de claro- como ridículo y patético.

Alguien con mejor corazón que yo seguramente podría aventurarse a decir que todo eso fue a causa de la urgencia a la que antes aludí, la urgencia editorial añadiría yo, sin riesgo a equivocarme. Pero tampoco: incluso yo, humilde ciudadano, en el mismo y preciso instante en que los americanos derribaban la estatua del tirano o poco después cuando Bush decretaba el fin de la guerra, me dejaba llevar por el pesimismo y vaticinaba una posguerra parecida a la que hemos visto. Es más, los que al contrario que yo, pensaban que Irak y nos sunitas del Baaz tenían ADM, deberían haber pensado que hasta que esas armas no fueran encontradas y destruidas existía un peligro real. Pero no. Glucksmann vaticina durante todo el libro que la situación en Irak es muchísimo mejor tras la toma que antes y que a Irak le espera el mejor futuro de la zona. Lo mismo para Afganistán.

Otro de los temas recurrentes de Glucksmann a lo largo del libro, y quizá al que mayor importancia conceda es el concepto de guerra humanitaria. Pone ejemplos en dos sentidos: aquellas guerras que se llevaron a cabo y cuyos habitantes de esos lugares agradecieron y a los que se salvó aún a costa de un gran número de víctimas inocentes inevitables (daños colaterales), como la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Kosovo, y otras que no se hicieron por cobardía o tibieza y que a la vista de los resultados, la no intervención (o no ingerencia) fue la peor de las soluciones posibles, como ejemplifica Ruanda. Glucksmann enuncia estos casos tratando de convencer de que, por extrapolación, la intervención en Irak ahorró el sufrimiento de millones de iraquíes y de que por tanto es completamente inmoral hablar de no intervención en nombre de la paz. Se olvida Glucksmann de las causas que motivaron la guerra. Se olvida de que hubo dos guerras, una con Bush padre y otra con Bush hijo, y que lo de menos en este caso es saber si tuvieron o no el respaldo de la comunidad internacional. Lo importante es saber que en la primera guerra había una agresión por parte de un país aliando, Irak, hacia otro país aliado y soberano, Kuwait, mientras que en la segunda no hubo agresión a país alguno y que las causas que esgrime Glucksmann como justificativas de invasión en 2003 se refieren a actos de represión del régimen de Saddam Hussein varios años antes de la primera intervención de la OTAN. Pero ni la primera ni la segunda intervención se trataron de justificar por las muertes de miles de kurdos o miembros de la oposición, comunistas incluidos (y olvidados). La primera fue debido a la invasión de Kuwait y la segunda a la fabricación y tenencia de ADM. Glucksmann, con gran cinismo, “confunde” guerra humanitaria con guerra preventiva y en esa “confusión” basa toda su argumentación posterior, donde se posiciona en el ala dura de los neocon norteamericanos. Algunos a eso lo llaman valentía, viniendo de un exizquierdista. Para mi la valentía es otra cosa.

Glucksmann se muestra irritante cuando utiliza el manido (y tantas veces utilizado por la derecha española) argumento mesiánico de que estar en contra de los norteamericanos era estar con Saddam, más irritante aún cuando en una entrevista el autor hablaba de la ceguera de quienes consideraban y utilizaban la ecuación Bush=Sharon=asesinos en una polémica sobre el antisemitismo francés denunciado por el Primer Ministro israelí. Distintos grados de ceguera, sin duda, o de hipermetropía moral.

Arremete contra Rusia y su política en Chechenia. Compara esta guerra con lo limpia que ha sido la de Irak. Al releerse, si algún día lo llegara a hacer su autor, se debería de sonrojar por decencia. Me temo, por el tono y la linea de pensamiento de su autor que no lo hará jamás.

En una entrevista posterior a esta obra, Glucksmann afirmó:


Los estadounidenses no cometieron un error al intervenir, sino al intervenir mal. Hicieron muy bien en derribar a Sadam Husein, pero no previeron nada para después. Pecaron de optimismo. Pensaban que bastaba con echar a Sadam para borrar 30 años de dictadura. Subestimaron el peso del totalitarismo. ¿Fue sólo una invención de las armas de destrucción masiva? Yo lo que sé es que justificaba y continúo justificando la intervención porque Sadam era un dictador abominable y su pueblo no era capaz de salir de la dictadura si no se libraba de él. Existe el derecho a liberar a un pueblo cuando éste no puede hacerlo por sí mismo. Yo estoy a favor del desembarco de los americanos en Europa en 1944, al que debo mi vida. Sigo fiel a esa idea, fundadora de la ONU, que es el derecho a intervenir contra el totalitarismo más allá de las fronteras.
Es curioso que Glucksmann hable de que los norteamericanos pecaran de optimismo y no lo haga extensible a su propia posición al respecto. A la vista de lo que por entonces pensaba Glucksmann y que recogió en esta obra yo creo que él era mil veces más optimista que la propia Administración Bush, quizá consciente del coste (o parte del coste) que supondría la tajada a la que iban a echar mano. A la vista de lo que dijo después en estas declaraciones me reafirmo en pensar que su soberbia le impedirá ver jamás que fue más papista que el Papa. Y que si lleváramos su teoría de la guerra humanitaria hasta el fin y no solo hasta los “buenos franceses” quizá la Guerra Mundial podría haber continuado en la RDA y Europa del Este, en la Unión Soviética, después en China y en Latinoamérica, quizá en un estado de guerra mundial permanente hasta la plena colonización norteamericana del planeta que hubiera posibilitado guerras también justas, por qué no, de liberación, todo ello bajo un marco de justicia a lo Glucksmann que quizá sólo a él hubiera gustado, al menos en la vieja Europa. Por no hablar, para ser justos y extrapolar la Guerra Mundial "que le salvó la vida" de la guerra de Irak que se la salva cada día a decenas de iraquíes, que la intervención justa y preventiva a la iraquí en la Segunda Guerra Mundial no habría liberado sólo a los franceses de Pétain, sino a los alemanes de Hitler, es decir, años antes de invadir Polonia, algunos antes también de que Japón obligase a los Estados Unidos a posicionarse en el conflicto.

Lamentablemente Glucksmann es pensamiento único unipolar monroeano para cabezas cuadradas.

martes, 24 de julio de 2007

Última salida para Brooklyn de Hubert Selby Jr.

Última salida para Brooklyn
Hubert Selby Jr.
Año 1964
ISBN: 978-84-339-6789-3
256 p.
Compactos Anagrama

Selby habla de drogas y alcohol, y a veces se parece en eso a Kerouac, también cuando se escucha de fondo a Charlie Parker. Habla de homosexuales y recuerda entonces a Burroughs, así como cuando hace pequeños experimentos formales como escribir párrafos enteros en mayúsculas. Pero su estilo también recuerda a Dos Passos en la amalgama de personajes. Dicen en la sobrecubierta que a Céline... a mi no me lo parece, es demasiado simplista hablar siempre del genio de Céline cada vez que se lee una novela donde hay mala hostia e incorrección política. Se necesita más.

La novela tiene varias historias, y varios protagonistas, creo que seis en total, pero se podría dividir en dos partes: la noche y el día. Como si el autor quisiera darnos a entender que el día es cruel como su reverso, la noche, que nada cambia más que los personajes, que donde estaban los soldados y los macarras ahora hay amas de casas, parados y jubiladas, y que cuando se van a dormir son tan insignificantes y tan despreciables/despreciados como la gente que (mal)vive de noche.

Selby tiene muchas influencias, pero su novela tiene un ingrediente en estado puro: la crueldad. La violencia se repite en toda la obra, pero la crueldad solo surge cuando el lector sufre una conmoción. La crueldad solo es apreciada por un lector que lee algo en clave moral, y esta lectura se produce sólo con un mínimo de empatía hacia los personajes.

Última salida para Brooklyn es un libro duro y sin concesiones de ningún tipo, menos aún para la moralina. Es un libro triste y en ocasiones doloroso, lo cual es un gran mérito literario. No pretende (ni obtiene) la morbosidad, ni la violencia gratuita (aún rozándolas), no es un libro escandaloso ni escabroso, sino profundamente humano y desolador, con imágenes desgarradoras.

lunes, 16 de julio de 2007

La ceremonia del porno de Andrés Barba y Javier Montes

La ceremonia del porno
Andrés Barba; Javier Montes
Año 2007
ISBN 978-84-339-6259-1
208 p.
Argumentos Anagrama

Ensayo sobre el porno, que en ocasiones a mi juicio confunden los autores con el erotismo, no en lo que es en sí, sino en el tratamiento que se le da para separarlo (delimitarlo) y/o entroncarlo con el arte. La cuestión de que determinada manifestación artística se convierte en pornográfica en virtud del contexto (geográfico, cultural, social, temporal...) es de sobras conocido y evidente, si bien no está de más recordarlo, aunque los autores se extienden en demasía y de manera algo reiterativa sobre el tema. La pornografía no es arte, y si es arte o llega a serlo (no a priori, sino a posteriori e independientemente de su finalidad) dejará de ser pornografía (precisamente porque se alcanza un objetivo distinto, aunque sea diferente del pretendido).

Observo que sus referentes pornográficos son algo viejos: el porno de los setenta y ochenta y algo de los noventa, quedando únicamente como referentes actuales la presencia de Internet y el porno amateur y poco de cine porno, cuando es precisamente en el cine más reciente cuando se ha experimentado más y cuando más se han puesto en cuestión los tópicos de dicho cine en su versión norteamericana. Alguna referencia a ese cine de cámara en mano e imagen más movida proliferante a partir del vídeo digital que el autor entronca, quizá con un excesivo optimismo, con el cinéma verité.
El resto del libro se limita a dar información y describir hechos con poca controversia, fáciles de asumir posiblemente por no tener demasiada importancia, o exceder en mucho la que los autores dan de quienes disfrutan del porno.
Hay anécdotas curiosas, que quizá sea con lo que nos quedamos después de leer el libro.
Una de ellas es el uso de Internet por parte de los habitantes de países de mayoría musulmana en busca de pornografía o/y sexo, cuestión ésta que los autores nos demuestran mediante los resultados de Google Trends, herramienta que sirve para saber qué países son aquellos en donde más se busca una determinada palabra, véase sex, cocks, ass o tits. Lo cierto es que la eficacia o veracidad de los refultados de esta herramienta son algo sospechosas. Es posible que los más interesados en sex sean los paquistaníes, egipcios, indios y turcos, pero que en los últimos cuatro años haya sido Elda, un pueblo alicantino de poco más de cincuenta mil habitantes quien más veces haya buscado la palabra "follar" en todo el mundo, me parece raro (quizá se trate de un pueblo hacia donde se redireccionen cientos de miles de búsquedas de conexiones hispanas, dato que desconozco y por tanto dejo en el aire mi duda...).

A mi juicio, y para finalizar, se trata de un estudio interesante a veces, aburrido otras y algo extenso, lo cual dice poco habida cuenta de que tiene 200 páginas. Un resumen que hubiera condensado a la mitad todo su contenido, lastre quizá debido a la coautoría, hubiera dado un mejor resultado. No es un libro que hable de pornografía o de cine porno: no salen ni Tera Patrick, ni Rocco Siffredi, ni Andrew Blake. Es un libro que decepcionará también a quienes busquen en él algo así como la evolución del porno y de la percepción de éste por el hombre a través del tiempo. Tampoco es un tratado moral sobre la cuestión. Es un poco de todo y nada en concreto.

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