"Sin embargo, durante estas primeras semanas de la crisis, en contra de las previsiones más pesimistas, no hubo síntomas de pánico. La reacción más perceptible fue de asombro e incredulidad. Lo que se informaba como cierto parecía tan fuera de toda lógica que resultaba inaceptable. Tras las primeras informaciones apenas se entendía que un fenómeno aislado y, según se decía, de dimensiones reducidas, constituyera algo fundamental para la vida de la ciudad. Por otro lado, ésta estaba acostumbrada a creer que lo anormal se hallaba recluido en sus propios reductos, de modo que su existencia en nada debía afectar a la normalidad general. La enfermedad debía ser tratada en los escenarios dedicados a este propósito, y de manera similar todas las formas del mal, fuera éste físico, moral o de cualquier otro tipo, tenían, para su tratamiento, sus lugares adecuados. Esto, obviamente, no se extendía a lo inexplicable. Lo inexplicable, por serlo, no tenía lugar que le concerniera. Pero lo inexplicable había sido borrado de la conciencia de una población convencida por las explicaciones que había heredado y que se confirmaban día tras día."
La razón del mal (Rafael Argullol, 1993)
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