Primavera negra.
Henry Miller.
1936. 219 págs.
Traducción: Carlos Bauer y Julián Marcos.
Plaza & Janés.
Primavera negra está escrito y publicado entre los dos Trópicos, formando con ellos una trilogía. Leí hace tiempo las dos novelas, hace unos catorce años, y creo que intenté leer Primavera negra y siempre abandoné su lectura. Lo curioso es que recuerdo que me empezaba gustando. Al coger ahora el libro, descubrí una invitación a una fiesta en un pub que ya no existe del año 1995, usada como marcapáginas, allí donde lo debí dejar. Pese a mi mala memoria, aún recordaba al empezar a leer de nuevo esta vez, el argumento y hasta frases concretas de la obra (el hombre que limpia su vomitona con un chaleco, el muchacho que se hace pajas como si se le fuera en ello la vida, la frase "esto es mejor que leer a Virgilio", la cita completa de Unamuno con la que comienza el libro...).
Henry Miller.
1936. 219 págs.
Traducción: Carlos Bauer y Julián Marcos.
Plaza & Janés.
Primavera negra está escrito y publicado entre los dos Trópicos, formando con ellos una trilogía. Leí hace tiempo las dos novelas, hace unos catorce años, y creo que intenté leer Primavera negra y siempre abandoné su lectura. Lo curioso es que recuerdo que me empezaba gustando. Al coger ahora el libro, descubrí una invitación a una fiesta en un pub que ya no existe del año 1995, usada como marcapáginas, allí donde lo debí dejar. Pese a mi mala memoria, aún recordaba al empezar a leer de nuevo esta vez, el argumento y hasta frases concretas de la obra (el hombre que limpia su vomitona con un chaleco, el muchacho que se hace pajas como si se le fuera en ello la vida, la frase "esto es mejor que leer a Virgilio", la cita completa de Unamuno con la que comienza el libro...).
Así que un día, a mis 22 años, decido abandonar una lectura que me gusta, de un autor al que ya he descubierto antes y al que admiro, al que dos años después volveré a leer, incluso con mayor interés, porque lo cierto es que Trópico de Capricornio me pareció mucho mejor, seguramente con la intención de volver a el (al libro, PN) no pasado demasiado tiempo... Sin embargo han tenido que pasar 14 años, y quizá de no haberlo leído ahora, podrían haber pasado otros tantos. ¿Perdí, entre tanto, todo mi interés por Henry Miller? Quizá. O quizá no tanto por Miller como por cierta literatura norteamericana egocéntrica y bravucona.
Qué bueno es tener, a esta edad de ahora, esos momentos en los que uno no sabe qué coño leer, y lo único que sabe es que necesita leer. Porque entonces se viene abajo esa teoría madurada y recapacitada acerca de la inutilidad de tener algunos libros, de haber comprado determinadas obras por su supuesta importancia histórica, o por su precio, o aquellos libros que nos regalaron y que, ya llegando a mayores, comenzamos a pensar que no estaría de más vender a libreros de viejo, porque no podemos concebir el que nos vaya a apetecer leerlas nunca. Son esos libros que cuando nos quedamos sin espacio en las estanterías colocamos detrás de los libros, de los buenos, amontonados en la oscuridad, o simplemente escondemos en una caja, encima de un armario. Son esos libros que tu madre un día incluyó en un compartimento estanco llamado mierda. No es exactamente el caso de Primavera negra, porque es un libro al que tengo respeto porque una vez idolatré a Henry Miller. Sin embargo, pensaba hace unos días, ¿podría gustarme como me gustó entonces, podría dejarme indiferente, podría parecerme totalmente pasado para mis gustos actuales, o podría desesperarme, como hizo recientemente, con gran pesar para mí, la lectura del Nova Express de Burroughs, o sin ningún pesar, la de Días de gracia y arena de Mailer? Para mi satisfacción, la lectura de Primavera negra me ha reportado un enorme placer, del que además, creo que no hubiera gozado hace 14 años.
Primavera negra es, pese a lo que en la contraportada a ésta edición se indica, una novela, y no un libro de relatos, y es una novela porque en ella se repiten personajes, porque constituyen un todo y porque, sobre todo, tiene una progresión en el tiempo y el espacio narrativos que no tienen los cuentos o las narraciones breves. Es una novela magnífica, contada en primera persona, con un lenguaje y una estética cercanos al simbolismo, situada en dos planos geográficos, Brooklyn y París, y dos planos de realidad, la realidad tangible, y la realidad subjetiva, simbólica y onírica. Conforme avanza la narración los planos se mezclan, cada vez con mejor resultado, dando lugar a un último tercio realmente asombroso, donde todo se mezcla, todo está fragmentado, y al mismo tiempo, nos ofrece un universo más armónico, donde como lector me sentí más integrado, más consciente, más iluminado. De nuevo contradiciendo al insensato que escribió la contratapa, no es una novela sobre el sexo y la sordidez de las relaciones entre personas marcadas por la desesperación, sino una obra marcada por la poesía, por las imágenes, por el yo hiperconsciente, por la ausencia de nostalgia y, por lo mismo, de la incorporación del pasado como elemento del presente, una novela sin argumento y sin tiempo, donde se nos invita a ver el universo del autor con sus propios ojos.
Qué bueno es tener, a esta edad de ahora, esos momentos en los que uno no sabe qué coño leer, y lo único que sabe es que necesita leer. Porque entonces se viene abajo esa teoría madurada y recapacitada acerca de la inutilidad de tener algunos libros, de haber comprado determinadas obras por su supuesta importancia histórica, o por su precio, o aquellos libros que nos regalaron y que, ya llegando a mayores, comenzamos a pensar que no estaría de más vender a libreros de viejo, porque no podemos concebir el que nos vaya a apetecer leerlas nunca. Son esos libros que cuando nos quedamos sin espacio en las estanterías colocamos detrás de los libros, de los buenos, amontonados en la oscuridad, o simplemente escondemos en una caja, encima de un armario. Son esos libros que tu madre un día incluyó en un compartimento estanco llamado mierda. No es exactamente el caso de Primavera negra, porque es un libro al que tengo respeto porque una vez idolatré a Henry Miller. Sin embargo, pensaba hace unos días, ¿podría gustarme como me gustó entonces, podría dejarme indiferente, podría parecerme totalmente pasado para mis gustos actuales, o podría desesperarme, como hizo recientemente, con gran pesar para mí, la lectura del Nova Express de Burroughs, o sin ningún pesar, la de Días de gracia y arena de Mailer? Para mi satisfacción, la lectura de Primavera negra me ha reportado un enorme placer, del que además, creo que no hubiera gozado hace 14 años.
Primavera negra es, pese a lo que en la contraportada a ésta edición se indica, una novela, y no un libro de relatos, y es una novela porque en ella se repiten personajes, porque constituyen un todo y porque, sobre todo, tiene una progresión en el tiempo y el espacio narrativos que no tienen los cuentos o las narraciones breves. Es una novela magnífica, contada en primera persona, con un lenguaje y una estética cercanos al simbolismo, situada en dos planos geográficos, Brooklyn y París, y dos planos de realidad, la realidad tangible, y la realidad subjetiva, simbólica y onírica. Conforme avanza la narración los planos se mezclan, cada vez con mejor resultado, dando lugar a un último tercio realmente asombroso, donde todo se mezcla, todo está fragmentado, y al mismo tiempo, nos ofrece un universo más armónico, donde como lector me sentí más integrado, más consciente, más iluminado. De nuevo contradiciendo al insensato que escribió la contratapa, no es una novela sobre el sexo y la sordidez de las relaciones entre personas marcadas por la desesperación, sino una obra marcada por la poesía, por las imágenes, por el yo hiperconsciente, por la ausencia de nostalgia y, por lo mismo, de la incorporación del pasado como elemento del presente, una novela sin argumento y sin tiempo, donde se nos invita a ver el universo del autor con sus propios ojos.
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