viernes, 8 de abril de 2011

El paseo, de Robert Walser

El paseo.
Robert Walser.

1917. 80 páginas.
Siruela. Traducción: Carlos Fortea.

No sé desde cuándo, pero es ya un lugar común referirse a cualquier obra breve, de un escritor algo marginal y más aún si está cuidadosamente editada, con el calificativo de "deliciosa". He de decir que detesto profundamente ese adjetivo, con lo que jamás lo uso, y no solo eso, sino que me provoca rechazo leer cualquier crítica que recurra al término. Me da la sensación, absolutamente personal e injustificada, de que se despacha la obrita con cierto desdén, como si detrás del calificativo juguetón hubiera cierto desprecio pequeñoburgués. El paseo, desde luego, es una obra que se precia a ser valorada, por quienes no tienen nada mejor que hacer, como deliciosa, como una obrita entretenida, con un personaje excéntrico, y con una prosa maravillosa de un tipo que terminó viviendo en un manicomio.

Pero El paseo es mucho más. Es una obra absolutamente personal, que refleja aún mejor que Jakob von Gunten el estilo de Walser, aunque esta última pueda considerarse mejor, esto pasa en algunos autores que pasan de grandes a geniales cuando se distancian algo más de su propio estilo, que rozan la gloria con su obra menos personal. Para mi gusto, Jakob von Gunten es su obra más redonda, pero lo mejor de su prosa quizá se encuentre desperdigado por algunos de sus relatos más cortos.

El paseo desarrolla una estructura ya vislumbrada en sus obras más tempranas como Los hermanos Tanner, a saber, la de contar sucesos que le suceden a un personaje que anda a la que salta, con esa sensación de improvisación que se transmite al propio estilo, y viceversa, lo cual es más importante, ese estilo que mezcla lo improvisado y lo exquisito, que transmite una sensación de improvisación a los hechos contados. Y ya se sabe lo que sucede cuando fondo y forma confluyen y se estimulan de forma tan asombrosa: que nos encontramos ante un artista de verdad, en este caso, un escritor de verdad. Dice Walser:

"Todo esto", me propuse en silencio mientras me detenía, "lo escribiré después en una obra de teatro o en una especie de fantasía que titularé El paseo. Concretamente esta tienda de sombreros de señora no podrá faltar en modo alguno. De lo contrario la obra perdería un elevado estímulo pictórico, y sabré evitar esa falta, rehuirla y hacerla imposible".

En este magnífico párrafo, se condensan algunas de las virtudes de la obra: la metaliteratura, tratada siempre, no solo aquí sino en buena parte de su restante obra de una manera sencilla y nada pretenciosa, muy cervantina por otra parte, elemento este algo más discutible en otros autores a partir del posmodernismo; la inclasificabilidad de la obra, y de muchos de sus textos, que uno no sabría, tampoco los editores, si llamar relatos, cuentos, remembranzas, o despacharlas con el nombre de prosas breves, y que aquí el propio autor define como especie de fantasía; el estímulo pictórico, que no falta en casi ningún texto de Walser, no en vano su hermano era un buen pintor y el propio Walser escribió prosas al albor de algunos cuadros (vg. Ante la pintura).

"Al paseante le acompaña siempre algo curioso, reflexivo y fantástico, y sería tonto si no lo tuviera en cuenta o incluso los apartara de sí; pero no lo hace; más bien da la bienvenida a toda clase de extrañas y peculiares manifestaciones, hace amistad y confraterniza con ellas porque le encantan, las convierte en cuerpos con esencia y configuración, les da formación y ánima, mientras ellas por su parte lo animan y forman."

Este otro párrafo encierra una reflexión clara de lo que es el paseo para el autor, un autor que muere paseando por la nieve, el paseo es eso y también lo es El paseo, la obra, la experiencia que comparte con el lector al que consigue llevar desde el principio de la mano.

Concluyo con otra cita, otra nueva reflexión de tan moderna obra, mezcla de ensayo, autoficción, metaliteratura, parodia y narrativa, una reflexión sobre su propio estilo, de esto hace casi un siglo y aún muchos no han aprendido nada...

"Es a los niños pequeños a los que siempre hay que mostrarles algo nuevo y distinto para que no estén descontentos. El escritor serio no se siente llamado a acumular material, ser pronto servidor de nerviosa codicia, y consecuentemente no teme algunas naturales repeticiones, aunque por supuesto se esfuerce siempre en prevenir con celo que no haya demasiadas similitudes."

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